martes, 29 de octubre de 2019

¿Cuál es el significado del Día de Todos los Santos? ¿De dónde viene el Día de Todos los Santos? ¿Por qué recordamos a los santos? ¿Qué es la comunión de los santos?


¿CUÁL ES EL SIGNIFICADO DEL DÍA DE TODOS LOS SANTOS?

¿DE DÓNDE VIENE EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS? ¿POR QUÉ RECORDAMOS A LOS SANTOS?

¿QUÉ ES LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS?

¿De dónde viene el Día de Todos los Santos?

En la época precristiana, los paganos celebraban ritos para sus difuntos, después de las últimas cosechas, al final del otoño. Estas costumbres incitaron probablemente a los cristianos a hacer lo mismo.

El mes de noviembre está tradicionalmente dedicado al tema de la muerte y a los difuntos. Comienza con la Solemnidad de Todos los Santos el 1 de noviembre, y el 2 está dedicado a todos los Fieles Difuntos.

No hay nada sorprendente en que el tema de la muerte se asocie al mes de noviembre en el contexto del hemisferio norte. Se obtienen las cosechas, la naturaleza “muere”, el frío y el invierno se instalan, las noches caen cada vez antes y se alargan.

La Solemnidad de Todos los Santos, celebrada aún hoy como una fiesta obligatoria el 1 de noviembre, se remonta a los primeros siglos. Fue establecida para conmemorar a los mártires cuyo nombre era desconocido y que, por ese motivo, no podían ser recompensados con una fiesta particular.

La comunión con los santos

La fe concreta manifestada hacia los santos expresa la comprensión que la Iglesia tiene de sí misma. Es el lugar de encuentro y de comunión entre los discípulos de Cristo.

Esta convicción, que era ya la del Símbolo de los Apóstoles en el siglo V, tiene raíces en una práctica popular bastante anterior. El Símbolo evoca a la Iglesia como la comunidad o la comunión de todos los creyentes, que, estén vivos o muertos, son llamados por Dios y transformados en Cristo y en el Espíritu.

Esta comunión se realiza particularmente cuando los cristianos se reúnen para celebrar la eucaristía. En el lenguaje tradicional, esta comunidad de creyentes se compone de la Iglesia triunfante (los santos del cielo), de la Iglesia militante (los cristianos que viven en la tierra) y de la Iglesia purgante (los que están en el purgatorio).

Vaticano II reafirma esta doctrina. “En efecto, todos aquellos que están en Cristo y poseen su espíritu, constituyen una sola Iglesia y se sostienen mutuamente como un todo en Cristo. Por tanto, la unión de aquellos que están todavía en camino, con sus hermanos que se durmieron en la paz de Cristo no conoce la menor intermitencia; al contrario, según la fe constante de la Iglesia, esta unión es reforzada por el intercambio de bienes mutuos” (Constitución dogmática sobre la Iglesia).

El culto de los santos

Hasta el siglo V, los santos eran celebrados en la ciudad o el pueblo donde habían vivido o finalizado su camino en la tierra. Cada localidad tenía su lista de santos y conservaba un relato de la muerte de esos mártires, confesores, obispos (a menudo mártires o confesores) y otros santos, hombres y mujeres. Se mencionaba su nombre durante la oración eucarística.

En las grandes ciudades donde la población cristiana era importante y la persecución particularmente severa, como en Roma y Antioquía, la Iglesia confiaba a los notarios la tarea de guardar estos relatos. Durante algunas persecuciones, el número de mártires fue tan grande que solo los más conocidos eran recordados. Los demás eran conmemorados con motivo de una fiesta de los Santos Mártires, y así ocurre desde el siglo V.

Esta fiesta se convertiría en nuestro Día de Todos los Santos, o la Solemnidad de Todos los Santos.

En el siglo V, las Iglesias locales comenzaron a prestarse mutuamente sus listas de santos, reteniendo los nombres de aquellos cuya misión tenía una relevancia “universal”. Esta práctica, era acompañada, a menudo, de un reparto de reliquias (una parte del cuerpo del santo), siendo estas consideradas como una prueba de protección particular para la comunidad. Se estableció entonces una celebración anual en honor a estos santos patrones.

Si ciertas Iglesias locales prestaban sus santos a otras Iglesias, era simplemente porque estas no tenían los suyos. Ese fue el caso de los pueblos germánicos después de su conversión, que compartieron la lista de Roma porque no tenían ningún pasado cristiano que rememorar.

Más adelante, estas añadirían los nombres de sus propios santos y santas. Es en la Edad Media cuando la Iglesia interrumpe la lista de los santos cuya vida y misión tenían un sentido para toda la Iglesia.

En el siglo X, se lee un consenso sobre los apóstoles y evangelistas (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) y después, en el siglo XI, sobre los papas mártires. La lista romana termina incluyendo a los santos pertenecientes a otras Iglesias locales, y convirtiéndose en representativa de la Iglesia universal.

Cuando las Iglesias locales adoptaron los libros litúrgicos procedentes de Roma, adoptaron también la lista de sus santos. A finales del siglo XII, se añaden los santos “modernos” a los antiguos”. El primero de ellos fue Thomas Becket, arzobispo de Canterbury, muerto mártir en 1170. Los demás pertenecían a órdenes religiosas recién fundadas, como los franciscanos o los dominicos.

Desafortunadamente, esta propensión a venerar a los santos procedentes del clero y de la vida religiosa hacía entender que una santidad heroica solo podía estar destinada a los responsables de la Iglesia, o a personas apartadas de las preocupaciones domésticas o los seglares. Esta tendencia a canonizar a clérigos o religiosos perdura.

Pero, actualmente, se considera una prioridad canonizar a los santos procedentes del laicado, hombres y mujeres para reequilibrar las cosas.

Los santos interceden por nosotros cerca de Cristo

La tradición más popular asociada a la veneración de los santos es dedicarles una oración, para pedirles interceder ante Dios y obtener una gracia particular.

Esta práctica resulta, en gran medida, de la insistencia casi exclusiva en la divinidad de Cristo, en detrimento de su humanidad. Por ello, los cristianos se sentían más cómodos con intercesores de la misma naturaleza humana que ellos.

Dicho esto, el hecho de rezar a los santos no equivale a negar el papel mediador de Cristo.

Vaticano II asumió y clarificó a la vez esta tradición “porque, admitidos en la patria celestial y presentes en el Señor (ver 2 Corintios 5, 8), para él, con él y en él, no dejan de interceder por nosotros ante el Padre, ofreciendo los méritos que adquirieron en la tierra por el único Mediador de Dios y de los hombres, Jesucristo (ver 1 Reyes 2, 5) sirviendo al Señor en todo y completando en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su Cuerpo, que es la Iglesia (ver Colosenses 1, 24). Así, su solicitud fraterna ayuda mucho a nuestra debilidad”. (Constitución dogmática sobre la Iglesia 49).

En la Edad Moderna, los cristianos se dedicaban más a rezar a un santo en concreto, en función de la causa a la que se le asociaba. Santa Ana, por ejemplo, se convierte en la patrona de las mujeres embarazadas y San Antonio de Padua, en el especialista de los objetos perdidos. En cuanto a Santa Rita, a ella se le confían los casos difíciles y desesperados.

En la misa, la Iglesia recuerda a los santos

Recordar, durante la celebración de la eucaristía, es una antigua tradición; es rechazar que la muerte nos haga sumirnos en el olvido. Es sentir el instinto de vivir.

Una antigua tradición que consiste en recordar a los santos mencionando sus nombres durante la oración eucarística. Esta práctica sigue en vigor actualmente.

La primera oración eucarística conservó la antigua lista romana, que el oficiante es libre de abreviar si lo considera oportuno. “Reunidos en comunión con toda la iglesia, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor; de su esposo, San José, de los santos apóstoles y mártires Pedro y Pablo, Andrés, Santiago y Felipe, Bartolomé y Mateo, Simón y Tadeo, Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio y Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián y la de todos los santos. Por sus méritos y oraciones, concédenos en todo tu protección”.

Un poco más tarde, el oficiante prosigue: “y a nosotros, (…) admítenos en la asamblea de los santos apóstoles y mártires, Juan el Bautista, Esteban, Matías y Bernabé (Ignacio, Alejandro, Marcelino y Pedro, Felicidad y Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia, Anastasia) y de todos los santos”.

Cada día, la Iglesia conmemora a más santos

En el calendario, el santo del día es uno de los santos elegidos entre los propuestos por la Iglesia. Cada día, la Iglesia celebra a más santos y beatos: los del calendario romano (santoral romano), los de los calendarios diocesanos y los del calendario de las iglesias orientales (Sinaxario).

Todos los días, en la liturgia de la Iglesias se celebra un santo. A menudo, en pocas líneas, se resume su testimonio y su vida como introducción a las lecturas del día en nuestros misales u otros libretos. Dedicar un tiempo a leerlos, nos hace interpretar de otra forma la lectura del Evangelio del día y conocer a nuestros hermanos mayores en la fe. Durante los bautismos, la liturgia pascual, las profesiones de fe religiosas y las ordenaciones, se canta la letanía de los santos. Nos hace recordar la larga historia de un pueblo en marcha. Ocupamos nuestro lugar en ese cortejo que forma la multitud de santos a lo largo de los siglos. Santos reconocidos y celebrados por la Iglesia, pero también santos anónimos cuya ofrenda humilde permanece escondida.

Por Greg Dues, autor de Catholic Customs & Traditions: A Popular Guide (Guía de costumbres y tradiciones católicas).

Fuente croix

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