¿CUÁL ES EL PRINCIPIO DE TODO?
Por: Juan M. Rodea
Durante mi adolescencia recuerdo que mi padre compró una nueva computadora que necesitábamos para nuestros trabajos escolares, misma que entre mis hermanos y yo fuimos desempacando para comenzar a usarla. Además de la regla básica de todo primer uso de cualquier aparato de leer cuidadosamente el instructivo y asegurarse de comprenderlo, alguien que estuvo ahí para ayudarnos a configurarla de inicio fue mi primo, que desde siempre fue conocedor del soporte técnico que una computadora necesita.
Hubo un momento en que me quedé a solas con él y mientras la configuraba teníamos una plática dominguera –literal–, y en medio de aquella conversación se cruzaba un punto específico de la actividad que nos encontrábamos realizando: la ficha técnica de la máquina, especialmente la capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos.
Y a propósito de ello, se le ocurrió preguntarme qué podría haber surgido primero, si la comunicación o las matemáticas…, apelando a las ciencias físicas, podríamos decir que todo es intrínsecamente cuantificable en cuanto que existe, pero buena parte de lo que fue existiendo a través del tiempo requirió un proceso de transición, algo que se comunica de un ente a otro; de igual manera el ser humano tuvo que asumirse y asumir al mundo donde se encontraba desde entonces de manera parametrizable para entonces poder tener procesos de interacción, cuyos criterios o parámetros antes tuvieron que venir de un antecedente que curiosamente nos lleva a un inicio, y ese inicio a su vez a otro…, incluso el tamaño de la comunicación en la forma que sea, incluya o no información de carácter numérico, lleva en si mismo una medida intrínsecamente cuantificable…, es difícil determinar una respuesta para aquella peculiar variante de ese clásico silogismo cíclico sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina… (y ya no hablemos de incertidumbre y aleatoriedad alrededor de la cuestión)
Mientras se quedaba esta pregunta con la respuesta abierta de ahí en adelante –digamos que quedando en la modalidad de reflexión existencial–, llegó el momento en que pasé de la secundaria al bachillerato, y llevé la materia de informática, que por definición, al hacer alusión a la información automática, se alude a una dinámica donde se busca generar, clasificar y hacer correr la información que el hombre utiliza de manera cotidiana.
Al aprender tanto técnica y práctica como fundamentos históricos y técnicos de la informática, uno de los temas a incluir en el programa de la materia era la composición de la información por caracteres alfanuméricos. Descubrí junto con mis compañeros que cada bloque de información, se compone a su vez de caracteres con un valor diferente –incluidos los de texto–, y estos a su vez se generan y almacenan en la computadora u otro dispositivo electrónico –como los distintos tipos de unidades de disco y otros dispositivos que se han inventado– con la ausencia o presencia de microchispazos de corriente eléctrica que se conocen como bits, y al ordenarse en forma de números constituyen un sistema o lenguaje de numeración binaria –ceros y unos–.
Por ello podría decirse que retornando a la pregunta inicial y aplicándola al desarrollo del ejemplo práctico con el que comencé, un ente u otro elemento de la existencia en el universo no puede darse sin el otro, sino que coexisten y se relacionan entre sí de forma simultánea, aunque no tenemos la certeza desde cuándo…, y en cierta medida la teología nos ha ayudado por lo menos a explorar las posibles explicaciones a esta problemática del origen de todo.
Mientras que la filosofía en su concepción más simplista habla de la existencia condicionada y relegada al pensamiento –que evidentemente es limitado en muchos sentidos–, el concepto de Eternidad que nos hereda la teología y que se explica en gran medida desde la dimensión metafísica va más allá del tiempo y del espacio, es necesario darse por lo menos una idea del planteamiento de elevación superlativa de la casuística que lleva a un principio en cadena de naturaleza infinita que a su vez supone una simetría temporal hacia el fin último, y la única forma entendible de apropiación de esta realidad es el atributo de Omnipotencia a la que podría apelar solamente quien fuese Creador de todo, siendo a su vez el Principio y el Fin de todo (Ap. 1,8).
Es difícil comprender en su totalidad algo que no se puede verificar del todo, pero claro está que la existencia absoluta del universo es inherente a cualquiera de nosotros y nos permite la conciencia de ello vislumbrar la posibilidad de la trascendencia más allá de nuestra temporalidad propia. Y para comenzar a entender nuestro papel en ese universo del que apenas podríamos conocer un pequeñísimo instante y un diminuto territorio, tendríamos que preguntarnos, ¿Cuál es nuestro principio?
Fuente católicodefiendetufe
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Durante mi adolescencia recuerdo que mi padre compró una nueva computadora que necesitábamos para nuestros trabajos escolares, misma que entre mis hermanos y yo fuimos desempacando para comenzar a usarla. Además de la regla básica de todo primer uso de cualquier aparato de leer cuidadosamente el instructivo y asegurarse de comprenderlo, alguien que estuvo ahí para ayudarnos a configurarla de inicio fue mi primo, que desde siempre fue conocedor del soporte técnico que una computadora necesita.
Hubo un momento en que me quedé a solas con él y mientras la configuraba teníamos una plática dominguera –literal–, y en medio de aquella conversación se cruzaba un punto específico de la actividad que nos encontrábamos realizando: la ficha técnica de la máquina, especialmente la capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos.
Y a propósito de ello, se le ocurrió preguntarme qué podría haber surgido primero, si la comunicación o las matemáticas…, apelando a las ciencias físicas, podríamos decir que todo es intrínsecamente cuantificable en cuanto que existe, pero buena parte de lo que fue existiendo a través del tiempo requirió un proceso de transición, algo que se comunica de un ente a otro; de igual manera el ser humano tuvo que asumirse y asumir al mundo donde se encontraba desde entonces de manera parametrizable para entonces poder tener procesos de interacción, cuyos criterios o parámetros antes tuvieron que venir de un antecedente que curiosamente nos lleva a un inicio, y ese inicio a su vez a otro…, incluso el tamaño de la comunicación en la forma que sea, incluya o no información de carácter numérico, lleva en si mismo una medida intrínsecamente cuantificable…, es difícil determinar una respuesta para aquella peculiar variante de ese clásico silogismo cíclico sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina… (y ya no hablemos de incertidumbre y aleatoriedad alrededor de la cuestión)
Mientras se quedaba esta pregunta con la respuesta abierta de ahí en adelante –digamos que quedando en la modalidad de reflexión existencial–, llegó el momento en que pasé de la secundaria al bachillerato, y llevé la materia de informática, que por definición, al hacer alusión a la información automática, se alude a una dinámica donde se busca generar, clasificar y hacer correr la información que el hombre utiliza de manera cotidiana.
Al aprender tanto técnica y práctica como fundamentos históricos y técnicos de la informática, uno de los temas a incluir en el programa de la materia era la composición de la información por caracteres alfanuméricos. Descubrí junto con mis compañeros que cada bloque de información, se compone a su vez de caracteres con un valor diferente –incluidos los de texto–, y estos a su vez se generan y almacenan en la computadora u otro dispositivo electrónico –como los distintos tipos de unidades de disco y otros dispositivos que se han inventado– con la ausencia o presencia de microchispazos de corriente eléctrica que se conocen como bits, y al ordenarse en forma de números constituyen un sistema o lenguaje de numeración binaria –ceros y unos–.
Por ello podría decirse que retornando a la pregunta inicial y aplicándola al desarrollo del ejemplo práctico con el que comencé, un ente u otro elemento de la existencia en el universo no puede darse sin el otro, sino que coexisten y se relacionan entre sí de forma simultánea, aunque no tenemos la certeza desde cuándo…, y en cierta medida la teología nos ha ayudado por lo menos a explorar las posibles explicaciones a esta problemática del origen de todo.
Mientras que la filosofía en su concepción más simplista habla de la existencia condicionada y relegada al pensamiento –que evidentemente es limitado en muchos sentidos–, el concepto de Eternidad que nos hereda la teología y que se explica en gran medida desde la dimensión metafísica va más allá del tiempo y del espacio, es necesario darse por lo menos una idea del planteamiento de elevación superlativa de la casuística que lleva a un principio en cadena de naturaleza infinita que a su vez supone una simetría temporal hacia el fin último, y la única forma entendible de apropiación de esta realidad es el atributo de Omnipotencia a la que podría apelar solamente quien fuese Creador de todo, siendo a su vez el Principio y el Fin de todo (Ap. 1,8).
Es difícil comprender en su totalidad algo que no se puede verificar del todo, pero claro está que la existencia absoluta del universo es inherente a cualquiera de nosotros y nos permite la conciencia de ello vislumbrar la posibilidad de la trascendencia más allá de nuestra temporalidad propia. Y para comenzar a entender nuestro papel en ese universo del que apenas podríamos conocer un pequeñísimo instante y un diminuto territorio, tendríamos que preguntarnos, ¿Cuál es nuestro principio?
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