A través de diferentes mensajes y videos que se difunden hemos visto que el coronavirus covid-19 es realmente indefenso fuera de nuestro cuerpo. Un simple jabón lo mata, estar a más de 2 mts lo hace caer al suelo, cualquier mascarilla lo retiene, el alcohol lo acaba, poner la ropa al sol por varias horas también y no dura más de varios días en las distintas superficies. ¿Qué es lo que lo hace peligroso entonces? Cuando entra a nuestro cuerpo, parece increíble que algo tan inofensivo por fuera, al entrar no tenga vacuna ni medicina que lo venza. ¿Y por donde entra? Por las mucosas de los ojos, nariz y boca, fíjate, por los sentidos. Es decir, ahí está la real puerta de entrada y es invisible a los ojos.
Cuando vemos lo que hace el pecado en nuestra vida podemos ver el mismo paralelo. El pecado aparece así por fuera, inofensivo, algo "manejable", algo que no me obliga a afectarme a menos que yo lo permita. Las tentaciones están a la orden del día tanto como las formas de encontrar el coronavirus. Pero a diferencia del coronavirus, el pecado no asusta tanto a la gente. La gente desesperada busca mascarillas pero no mide lo que dice con sus palabras, usa guantes quirúrgicos, pero no la mano para ayudar y ser solidario. Evita tocarse los ojos para no contraer el virus pero no mide lo que ve, y es ahí por donde entra muchas veces el pecado. La gente se desespera por lavarse los manos a cada rato pero no busca confesarse para recuperar la gracia de Dios. Y al final, y lo que más nos debe poner a pensar, es que en la gran mayoría, aun sin vacuna, el virus es vencido y sale del cuerpo, pero, ¿y el pecado?
Así como el virus, tan minúsculo afuera, se hace fuerte adentro, así ocurre con el pecado. Nos va destruyendo poco a poco y la gente lo que hace es irse acomodando. Verdad que nadie le diría a otro con coronavirus: eso es una simple gripita, ¿cierto que cambiarle el nombre no lo hace más inofensivo? Igual sucede con el pecado, cambiarle el nombre como hace mucha gente no lo hace más inofensivo. Lo importante para vencer a un enemigo es descubrirlo y desenmascararlo. Pues eso debemos hacer con el pecado. Vencerlo sabiendo a dónde nos lleva y cómo nos aparta de Dios y de su amor.
Ya hay gente desesperada por el encierro, por no poder salir, ahora imagínate una eternidad sin Dios, es peor aun. No quiero asustar a nadie, pero sí que pensemos, que así como nos cuidamos, y con justa razón para que todos podamos vencer esta pandemia, también lo hagamos con el pecado. Hay que vencerlo, hoy una botella de alcohol es oro, un jabón también, pues valoremos lo que tenemos a distancia. Valoremos a nuestros sacerdotes, valoremos la Eucaristía, que muchas veces miramos como algo más de la vida, hoy sí reconocemos cuan importantes son cuando nos toca verlos detrás de una pantalla.
Pidamos a Dios que nos haga siempre escucharlo a través de cada cosa que vivimos, y sepamos que Cristo ha vencido al mundo.
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