viernes, 21 de mayo de 2021

El papa Francisco, el Espíritu Santo y el sueño de la fraternidad en el trabajo.



El domingo 23 de mayo la Iglesia celebra la solemnidad de Pentecostés, con este motivo se conmemora el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Para este año, el lema elegido ‘Los sueños se construyen juntos’, extraído del número 8 de la encíclica ‘Fratelli Tutti’, quiere conectar también con los diálogos y conclusiones del Congreso de Laicos, que hace poco más de un año celebramos.

Constatamos que ante un mundo roto, herido, en el que tantas personas son descartadas, y en el que cunde la desesperanza, el papa Francisco nos invita a todos a recuperar la capacidad de soñar un futuro mejor y a la Iglesia a ser servidora de un proyecto de fraternidad para toda la humanidad, a ser testigos de la esperanza. De tal manera que “reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo universal de hermandad. (…) Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante (…) Los sueños se construyen juntos. Soñemos una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (FT, 8).

Como ha señalado muchas veces el papa Francisco, “este sistema no se aguanta” y necesitamos poner la dignidad de las personas y el bien común en el centro de nuestras preocupaciones y de la vida, y desde ahí construir las relaciones y estructuras sociales alternativas que necesitamos. La profunda crisis humana en la que estamos inmersos nos lo muestra una vez más. Pretender seguir funcionando como hasta ahora es, sencillamente, “negar la realidad” (FT, 7). Necesitamos construir una realidad nueva, es hora de repensar muchas cosas, de construir desde otra lógica, desde el sueño de la fraternidad.

Un sueño que no es, de ninguna manera, una ensoñación o una quimera, es anclarse en la realidad y buscar en ella caminos que hagan posible la fraternidad: “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en el campo de la más amplia caridad, la caridad política. Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social” (FT, 180).
Superar la indiferencia

Hay que superar la indiferencia como respuesta: no se puede hacer nada, es así y vale. “Al preguntar, Dios cuestiona todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda justificar la indiferencia como única respuesta posible. Nos habilita, por el contrario, a crear una cultura diferente…” (FT 57).

Además, tenemos que comprometernos con los problemas sociales de los demás. “Nos hace falta reconocer la tentación de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles” (FT 64), “porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos” (FT 65).

El Papa insiste con frecuencia en algo que en la Palabra de Dios y en la tradición eclesial se ha insistido mucho: hay que dejarse llevar por el “amor que sabe de compasión y de dignidad” (FT 62).

El amor conlleva curar las heridas que provoca el trabajo en los más vulnerables. El ejemplo del buen samaritano nos anima a ello. “Sobre todo, le dio algo que en este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo. (…) Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante el herido, y sin conocerlo lo consideró digno de dedicarle su tiempo” (FT 63).

El planteamiento cristiano que, como razón de fondo ve a Jesucristo en todo pobre y excluido, es exigente, quizás a muchos les parezca demasiado. “Las dificultades que parecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento. Pero no lo hagamos solos, individualmente” (FT 78).

Que, en la conmemoración de esta festividad, Dios nos regale el don del lenguaje universal del amor, y, sea ocasión para que laicos y laicas renovemos nuestro compromiso de encarnación y entrega en el mundo obrero empobrecido.

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