viernes, 28 de mayo de 2021

La agenda geopolítica del Papa Francisco y los ataques del liberalismo vernáculo



"El Santo Padre es una de las voces más poderosas del planeta, si no la más poderosa". Así definió John Kerry al Papa Francisco días atrás. La frase no fue azarosa. El ex secretario de Estado estadounidense fue enviado especial del presidente Joe Biden a Gran Bretaña, Alemania e Italia para los preparativos a la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, uno de los temas (preocupaciones) que Jorge Bergoglio tiene sobre la mesa de su escritorio vaticano. No es el único.

Luego de los ataques armamentistas entre Israel y Palestina, el Papa clamó por la paz públicamente. Recibió la semana pasada al canciller de Irán, Mohamad Yavad Zarif, y se comunicó por teléfono con el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoan. Las agresiones se frenaron, pero su pasión por el trabajo, no. Y ahí surgió otro tema.

El Pontífice se reunió con el canciller alemán, Heiko Hass, para lograr una distribución más equitativa de las vacunas contra el Covid-19 y reclamó más cantidad de dosis para los pueblos pobres del Sur del planeta. Con la agenda de la geopolítica en la mano, recibió el sábado 22 de mayo a la titular de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, con quien dialogó sobre la paz en Medio Oriente, el cambio climático y las imparables migraciones. Otro de los temas que lo desvela.

“Un plan para resucitar”. Eso dijo -y repite- Francisco que se necesita para salir de la crisis global. Es su frase de cabecera. Se lo escuchó decirla por primera vez al inicio de la pandemia, en abril del 2020, cuando además pidió rezar por el fin del Covid-19. Bergoglio primereó a todos los jefes de Estado y líderes políticos al exigir antes que nadie el levantamiento de las patentes para la producción de las vacunas. No pasó desapercibido. Algunos mandatarios acompañaron su pedido. Otros, más reacios, se le opusieron tajantemente. Ninguno pudo omitir su plegaria.

Ante esta crisis civilizatoria, más expuesta que nunca con la pandemia, el Vicario de Cristo se preocupa y ocupa personalmente de los temas que aquejan a la humanidad. Como lo hizo con Colombia, donde una rebelión popular masiva choca con una cruenta represión. Pero también trabaja con intensidad por el futuro de Myanmar. El Papa abrazó a ese país periférico de Asia a través de una misa especial realizada en la Basílica San Pedro. Pidió por la paz y fraternidad en ese pequeño país, de mayoría budista, asolado por una reciente dictadura militar, que tampoco se detiene y reprime con violencia los reclamos pacíficos. Pero el Papa tiene más temas en agenda.

El becerro de oro de nuestros tiempos, el fetichismo del dinero y la dictadura del mercado sin rostro, que provoca una globalización de la indiferencia, también es tema de discusión en la Santa Sede. Más precisamente, en la Pontificia Academia de Ciencias y Ciencias Sociales en la Casína Pío IV, donde el primer Pontífice jesuita y latinoamericano de la historia reclamó a la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, “terminar con las guaridas fiscales”. Francisco planteó que en este formateo del sistema financiero mundial las riquezas pongan en práctica los derechos humanos mundiales consagrados en 1948 en Naciones Unidas. Asimismo, en una carta al FMI y el Banco Mundial, Francisco expuso los problemas de deuda de los países ricos, que aunque mucho no lo crean, también los tienen. “No podemos pasar por alto otro tipo de deuda: la ‘deuda ecológica’ que existe especialmente entre el Norte y el Sur mundial”.

El liderazgo mundial del Papa queda en evidencia con sus actividades. En 10 días Georgieva cruzó dos veces los muros de Roma. La última fue para participar del coloquio “Soñar con un mejor reiniciar”. Tenía sus motivos. Del encuentro participó la secretaría del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen, junto a los ministros de Economía de México, Alemania, España, Argentina, el presidente de la Fundación Rockefeller y el director gerente de operaciones del Banco Mundial, entre otros.

Este liderazgo universal, en una Humanidad que sobrevive desorientada por la incertidumbre y la contradicción ante la cantidad creciente de pobres pese a que cada vez se generan más riquezas, no logra ser tolerada por los “liberales” de la Patria, los reacios del Papa Francisco.

En una reciente columna de opinión del diario La Nación sobre las ideas cultivadas por Bergoglio en su juventud atacaron a Su Santidad, justamente por considerar a los pobres fuente de amor, inteligencia, creatividad y salvación. Porque desde ellos y con ellos nace “un plan para resucitar”. Esos los “liberales vernáculos” quieren -como decía Alcira Argumedo-, que miremos a Europa como la salvación. Allí está la “civilización”. Nosotros, al sur del Sur, la “barbarie”. Claramente ellos tienen otros temas o preocupaciones en su agenda.

La organización occidental más antigua y numerosa del mundo ya eligió y sostiene desde hace ocho años por gracia del Espíritu Santo una epistemología del sur. Se trata de un Humanismo radical, más integrador, que considera a todos como seres humanos. En hora buena los liberales desalmados deberían repasar las imágenes del 13 de marzo de 2013. Allí, en el balcón de la basílica de San Pedro, quien estaba pidiendo la bendición del pueblo en Roma era un argentino, junto a un sonriente cardenal brasileño de anteojos, franciscano. Quieran o no, ese fue el día que la Iglesia de América Latina, que nutre en más del 60% de católicos en el mundo, llegaba al corazón y máxima conducción de una institución católica forjada en las culturas griega, latina y germánica.

¿Será que los liberales temen más de lo que creen? Como dijo el juglar y cantautor español Joaquín Sabina: "Me preocupa de este Papa que cree de verdad en Dios".

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