¿PARA QUÉ ESTAMOS AQUÍ?
Por: Juan Manuel Rodea Valencia
Algunos escritores han dicho que el hombre es un ser arrojado al mundo, hecho elemental del que todo el que está vivo y tiene uso de razón aunque sea limitado puede darse cuenta, aunque no todos los hombres se plantean una interrogante que debería brindar el significado de tan curiosa realidad: ¿para qué es el hombre arrojado al mundo?
La problemática más significativa está en la dirección y dimensión en la que se formule la pregunta en cuestión, quien se lo pregunta podría hacérselo referente a todo el género humano, solamente a alguna persona o a varias, puede ser sobre sí mismo o no…, el caso es que el conjunto sobre el cuál reflexionamos en cuanto a sus motivos por los que ha sido puesto o ha permanecido en este mundo puede variar en función a muchas cosas, depende de quién se esté haciendo ese planteamiento, y ya no hablemos sobre la visión poética de coincidir en tantos siglos, mundos y espacios para no hacer más complicada esta reflexión.
¿Quién habrá sido el primero en toparse con este razonamiento?, lo más probable es que haya sido el primer hombre sobre la faz de la tierra, y si no fue quien le siguió, y sino fue alguien más, si alguno lo hizo en algún momento fue un problema individual y si varios lo hicieron entonces se vuelve un problema colectivo, y un problema colectivo tarde o temprano tiene que ser observado por lo menos para saber si nos interesa o no.
Por eso, si recurrimos a un análisis según las estructuras propuestas por la gramática–a manera de ejemplos– la pregunta puede ser lanzada de seis formas:
· ¿para qué estoy aquí?
· ¿para qué estás aquí?
· ¿para qué está él/ella aquí?
· ¿para qué están ellos/ellas aquí?
· ¿para qué están ustedes aquí?
· ¿para qué estamos nosotros aquí?
La forma más básica es la primera, conjugada en primera persona del singular, en cuanto comienzo un proceso de formación de mi consciencia lo más lógico es que yo sea el primero en preguntarme para qué estoy aquí, es decir, descubrir el motivo por el que existo y consecuentemente el sentido de mi existencia a razón de esa causa por la cual existo, el postulado del cogito ergo sum[1]cartesiano.
Esa forma básica aparecerá una y otra vez dado que no todos los individuos pasan desapercibidos por lo menos para sí mismos, y si bien no todos los hombres que pasan por este mundo se preguntan sobre su existencia, igualmente de esos que lo hacen no todos se preguntan si acaso hay alguien que se encuentra en la misma situación.
Por eso es que en esta ocasión quiero remitirme a alguien que buscó abordar el problema colectivo, alguien que quiso abarcar la pregunta hacia su cobertura gramatical más amplia en la dimensión interpersonal y más cercana a la dimensión intrapersonal, simple y llanamente Javier Algara[2] se pregunta quizás no por primera ni por única vez en la historia de la humanidad: ¿para qué estamos aquí?
Esta dimensión ontológica de la percepción del mundo tiene un alcance que apunta hacia todos los ámbitos del conocimiento, y entre más conocimiento se tiene más obligación tiene la persona implicada de contribuir a ese análisis para ayudar a explicar y resolver en la medida que esté en sus posibilidades aquellos problemas particulares y generales que aquejan el diario acontecer, plantear preguntas bien direccionadas para obtener respuestas certeras que nos ayuden a encontrar algún día cuál es nuestro principio y cuál es nuestro final, al parecer se cuenta ya con explicaciones que nos dan algunas pautas y que se encuentran en algunos lugares que la gente por alguna o por otra razón desacreditan por falta de confianza o conocimiento.
Uno de esos lugares es el campo teológico; si hubiese un elemento único en el universo no tendría que relacionarse u optar por no hacerlo con otro elemento, la pluralidad entonces da lugar a las relaciones, relacionar o religar es parte de la naturaleza de un ser consciente y por ende el hombre, además de muchas otras cualidades y características, es religioso por naturaleza[3], naturaleza que no está peleada con ningún otro campo de conocimiento, sino que a pesar de la aversión por reconocerlo puede ser explicada y reforzada desde ellos y hacia ellos.
Más allá de nuestro grado de formación académica o espiritual, es posible aspirar a una dinámica existencial puramente teológica, pero al implicarnos el paso por este mundo esta dinámica debe de tomar en cuenta una perspectiva integral donde se eche mano de todas las áreas de conocimiento que sea posible.
Por eso es que todo ser humano, creyente o no, para poder entender para qué está aquí junto con los demás seres humanos y todo cuanto exista, debe de preguntarse tarde o temprano, ¿Cuál es el principio de todo?
[1] “Pienso, luego existo”
[2] Javier Algara Cossío. (2017). ¿Cuánto cuesta mi felicidad?. México. Enredados
[3] La palabra "religión" viene del latín religio, formada con el prefijo re- (indica intensidad), el verbo ligare (ligar o amarrar) y el sufijo -ión (acción y efecto).
Fuente católicodefiendetufe
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Algunos escritores han dicho que el hombre es un ser arrojado al mundo, hecho elemental del que todo el que está vivo y tiene uso de razón aunque sea limitado puede darse cuenta, aunque no todos los hombres se plantean una interrogante que debería brindar el significado de tan curiosa realidad: ¿para qué es el hombre arrojado al mundo?
La problemática más significativa está en la dirección y dimensión en la que se formule la pregunta en cuestión, quien se lo pregunta podría hacérselo referente a todo el género humano, solamente a alguna persona o a varias, puede ser sobre sí mismo o no…, el caso es que el conjunto sobre el cuál reflexionamos en cuanto a sus motivos por los que ha sido puesto o ha permanecido en este mundo puede variar en función a muchas cosas, depende de quién se esté haciendo ese planteamiento, y ya no hablemos sobre la visión poética de coincidir en tantos siglos, mundos y espacios para no hacer más complicada esta reflexión.
¿Quién habrá sido el primero en toparse con este razonamiento?, lo más probable es que haya sido el primer hombre sobre la faz de la tierra, y si no fue quien le siguió, y sino fue alguien más, si alguno lo hizo en algún momento fue un problema individual y si varios lo hicieron entonces se vuelve un problema colectivo, y un problema colectivo tarde o temprano tiene que ser observado por lo menos para saber si nos interesa o no.
Por eso, si recurrimos a un análisis según las estructuras propuestas por la gramática–a manera de ejemplos– la pregunta puede ser lanzada de seis formas:
· ¿para qué estoy aquí?
· ¿para qué estás aquí?
· ¿para qué está él/ella aquí?
· ¿para qué están ellos/ellas aquí?
· ¿para qué están ustedes aquí?
· ¿para qué estamos nosotros aquí?
La forma más básica es la primera, conjugada en primera persona del singular, en cuanto comienzo un proceso de formación de mi consciencia lo más lógico es que yo sea el primero en preguntarme para qué estoy aquí, es decir, descubrir el motivo por el que existo y consecuentemente el sentido de mi existencia a razón de esa causa por la cual existo, el postulado del cogito ergo sum[1]cartesiano.
Esa forma básica aparecerá una y otra vez dado que no todos los individuos pasan desapercibidos por lo menos para sí mismos, y si bien no todos los hombres que pasan por este mundo se preguntan sobre su existencia, igualmente de esos que lo hacen no todos se preguntan si acaso hay alguien que se encuentra en la misma situación.
Por eso es que en esta ocasión quiero remitirme a alguien que buscó abordar el problema colectivo, alguien que quiso abarcar la pregunta hacia su cobertura gramatical más amplia en la dimensión interpersonal y más cercana a la dimensión intrapersonal, simple y llanamente Javier Algara[2] se pregunta quizás no por primera ni por única vez en la historia de la humanidad: ¿para qué estamos aquí?
Esta dimensión ontológica de la percepción del mundo tiene un alcance que apunta hacia todos los ámbitos del conocimiento, y entre más conocimiento se tiene más obligación tiene la persona implicada de contribuir a ese análisis para ayudar a explicar y resolver en la medida que esté en sus posibilidades aquellos problemas particulares y generales que aquejan el diario acontecer, plantear preguntas bien direccionadas para obtener respuestas certeras que nos ayuden a encontrar algún día cuál es nuestro principio y cuál es nuestro final, al parecer se cuenta ya con explicaciones que nos dan algunas pautas y que se encuentran en algunos lugares que la gente por alguna o por otra razón desacreditan por falta de confianza o conocimiento.
Uno de esos lugares es el campo teológico; si hubiese un elemento único en el universo no tendría que relacionarse u optar por no hacerlo con otro elemento, la pluralidad entonces da lugar a las relaciones, relacionar o religar es parte de la naturaleza de un ser consciente y por ende el hombre, además de muchas otras cualidades y características, es religioso por naturaleza[3], naturaleza que no está peleada con ningún otro campo de conocimiento, sino que a pesar de la aversión por reconocerlo puede ser explicada y reforzada desde ellos y hacia ellos.
Más allá de nuestro grado de formación académica o espiritual, es posible aspirar a una dinámica existencial puramente teológica, pero al implicarnos el paso por este mundo esta dinámica debe de tomar en cuenta una perspectiva integral donde se eche mano de todas las áreas de conocimiento que sea posible.
Por eso es que todo ser humano, creyente o no, para poder entender para qué está aquí junto con los demás seres humanos y todo cuanto exista, debe de preguntarse tarde o temprano, ¿Cuál es el principio de todo?
[1] “Pienso, luego existo”
[2] Javier Algara Cossío. (2017). ¿Cuánto cuesta mi felicidad?. México. Enredados
[3] La palabra "religión" viene del latín religio, formada con el prefijo re- (indica intensidad), el verbo ligare (ligar o amarrar) y el sufijo -ión (acción y efecto).
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