… Se preguntan quienes prefieren no hacerlo por diferentes motivos, pero que han escuchado al Papa invitar a la inoculación. Inclusive, Francisco de Roma la llamó “un acto de amor”, y los obispos de Puerto Rico fueron más allá, pues exigieron a diáconos y sacerdotes vacunarse antes del 15 de septiembre, y mostrar el respectivo certificado en las Cancillerías de sus diócesis.
Inquietudes semejantes surgen de vez en vez cuando aparecen posibles conflictos en la toma de decisiones claves, fundamentales para nuestra vida. Una de estas oportunidades la constituyen las elecciones políticas, y no son pocos los fieles que se cuestionan si abstenerse de votar llega a constituir una falta grave.
Creo que conviene recordar que estamos ante el problema moral de la conciencia bien formada, parámetro absoluto para normar nuestro actuar. Nadie, ni Dios ni el Papa puede interferir en mi decisión personal, que deberá estar bien fundamentada en la Palabra de Dios, el Magisterio de nuestra Iglesia, lo que dicen las ciencias sociales al respecto, las implicaciones personales y comunitarias de una eventual resolución, etc. Sólo si al decidir no someto mi criterio a todos estos elementos en juego podríamos hablar de un serio desliz moral.
Ante la duda de vacunarse o no, entonces, habría que preguntarse si, una vez analizados todos los aspectos que rodean al hecho, acabo decidiendo por el no. Dado que estamos ante una indicación papal y, en el caso de los curas portorriqueños, una exigencia episcopal, no vacunarse sólo podría ampararse en otra figura de la moral católica: la objeción de conciencia (los obispos de la isla, sin embargo, son tajantes: “no hay objeción moral, ni ética, ni de conciencia, para aplicársela”).
Quien base su decisión en este principio deberá recordar que la abstención exige hacer algo a cambio, en la misma proporción, para atender lo que dice la norma. Un ejemplo clásico: el joven que se resiste a participar en el ejército de su país, porque su conciencia no le permite asistir a una guerra y matar enemigos, debe hacer algo equivalente para servir a su patria (en Alemania los abstencionistas trabajan durante un año en hospitales, asilos, parroquias, etc.).
Además, otro cariz a analizar en lo concerniente a la vacunación es la responsabilidad que tenemos de no contagiar a los demás. Una cosa es que yo decida no inocularme, con el riesgo de afectar mi salud y, en última instancia, mi vida, y otra provocar en los demás la enfermedad y la posible muerte.
Por ello, ante la pregunta de si es pecado el no vacunarse, la respuesta es sencilla: lo que su conciencia bien formada le indique.
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