sábado, 7 de agosto de 2021

Se habla de ésta o aquella Misa, pero... ¿Qué Misa instituyó Jesús?




El Motu proprio, Traditionis Custodes, que ha sido publicado en el mes de julio por la Santa Sede y cuyo contenido se cierne sobre las nuevas disposiciones en “el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970”, han traído como consecuencia la derogación a los permisos concedidos por Benedicto XVI para celebrar la misa según el misal romano de Juan XXIII, (1962).

Las voces a favor y en contra acerca de esta decisión del Papa no se dejan esperar y sin duda que hay disidencia. Quienes están a favor de estas nuevas directrices son los que no celebraban este tipo de rito, sin embargo los cardenales liberales de Washington y Chicago han expresado: “Los institutos religiosos especializados en la celebración de la misa, según el rito antiguo, han manifestado su dolor y extrañeza al sentirse acusados de no ser fieles a la Iglesia. Pero han expresado su voto a obedecer las nuevas disposiciones de la Santa Sede”. No obstante, muy críticos, con la medida, ha sido la Asociación Sacerdotal de San Pío X, fundada por monseñor Lefebvre, que la han calificado como la demostración de que es imposible interpretar el Concilio Vaticano II en continuidad con la Tradición, por lo que este Concilio no puede ser aceptado.

Otras voces críticas, como algunos cardenales, recriminan a los que han elaborado el Motu proprio, porque argumentan que, deberían haber esperado a que muriera Benedicto XVI e invalidar el permiso que autorizó el propio Papa emérito, ahorrándole un gran dolor. Al unísono, el cardenal Müller reconoció que si no se acepta el Concilio Vaticano II es una contradicción pretender ser católico. Sin embargo, criticó el Motu proprio, esbozando que: “Este en vez de apreciar el olor de las ovejas, el pastor, con su cayado, las golpea con fuerza”. A renglón seguido, los que están en contra de estas nuevas disposiciones, afirman que, el Papa no tiene el poder para derogar la misa tridentina y han considerado falsas las acusaciones de que no aceptan el Concilio Vaticano II, hechas a los sacerdotes y a los fieles que celebran según el rito “extraordinario”.

Quienes buscan ser fieles al Concilio Vaticano II señalan que “este es muy claro en su letra, pero no en su aplicación”, pues para algunos el CV II debe ser interpretado a la luz de la Palabra de Dios y de su Tradición. Es lo que Benedicto XVI interpretó como la hermenéutica de continuidad. Pero para los detractores es todo lo contrario, ya que el CV II significa el inicio de esta “nueva Iglesia”. En efecto, él debe ser interpretado según el Espíritu del Concilio, es decir, con una hermenéutica de ruptura con lo anterior como la doctrina magisterial de los otros concilios.

“Nueva Iglesia”

En el concepto de la “nueva Iglesia” se contempla una profunda reforma a la moral y a los principios del evangelio. Argumentan que se debe estar a bien con la sociedad y por eso la reforma a la moral sexual y de la familia. Entre otras cosas, están a favor del divorcio, de los matrimonios homosexuales, de los sacerdotes casados homosexuales, obispas lesbianas casadas, sacerdocio femenino, obispos casados heterosexuales u homosexuales, la intercomunión con los protestantes, etcétera. Esta es la “nueva Iglesia” que se quiere para la nueva sociedad. Pero esta lucha no es de ahora, porque es una tensión que se arrastra por más de sesenta años. Lamentablemente, en la sociedad de hoy, se ha instalado una forma de vivir, que afecta a los principios por los cuales la Iglesia se ha regido desde que Jesús comenzara su ministerio público.

Ante la polarización entre los que apoyan al papa Francisco y los que no, la feligresía mira con desdén, sorpresa y preocupación. Confundida, dice “no entender nada”. Con todo, al parecer, algunos no escatiman en reconocer y aceptar las nuevas disposiciones, pero otros ─los rubricistas─ seguirán celebrando en el rito antiguo. Curiosamente, cuando Jesús instituyó la eucaristía no tenía en cuenta estas nimias. Seguramente, que hubiera preferido que la discusión se versara más en los efectos y las consecuencias de la propia eucaristía que en su forma o modo de celebrarla. La pregunta es si tanta prolija rigurosidad en el rito es fundamental y esencial para mover un corazón hacia algún acto de caridad.

Pero el papa Francisco, más allá de considerar estas cuestiones, está preocupado por el espíritu de división que vive nuestra Iglesia. Y en este sentido, tiene razón cuando esgrime que, en la Iglesia, no puede haber dos grupos donde se encuentran los más tradicionalistas o los más progresistas, los que están a favor del Concilio Vaticano II o no. Y es cierto, porque, guste a quien le guste, dentro de la Iglesia, no pueden coexistir dos catervas que se consideran la verdadera Iglesia. Aunque, hay algunos que no lo tienen muy claro.

La unidad

Sin embargo, más allá de determinar qué es lo más conveniente no solo para la participación en la liturgia y la sana convivencia en los modos de cómo se vive la propia eucaristía, es necesario ver qué busca el papa Francisco en aras de la “unidad”, y por otra parte, cuál era la actitud del propio Jesús ante cualquier legalismo como el israelita y sus consecuencias. Cuando Jesús sana en sábado, como el episodio de la mujer encorvada (Cfr. Lc 13, 10-17), cuestiona el “legalismo” israelita simbolizado en la sinagoga y el sábado, dos grandes instituciones de aquel tiempo. Lógicamente, que los más legalistas o letrados de Israel no se percataban del “encorvamiento” que ejercían al resto. Jesús, como siempre, toma otro camino. Su acción no se queda únicamente en la recuperación de la mujer para que pueda alabar a Dios, sino también rescata el genuino espíritu de la ley y del sábado, poniéndolos como “medios” de crecimiento humano para llegar a Dios y no como un “fin” en sí mismos.

Como creyentes somos parte de una Iglesia que vive momentos álgidos y de división. Las nuevas disposiciones del Motu proprio acerca de la eucaristía, antes que cualquier discusión, buscan salvaguardar la “unidad” de la Iglesia. Jesús no instituyó la eucaristía para ser celebrada en un rito u otro o para determinar si entre los ritos uno es más verdadero que otro. Tampoco pretendió favorecer la legitimidad y la autoridad de una comunidad sobre otra.

Me parece que todavía no se termina por entender el evangelio y el propio gesto de Jesús en la Última cena: “Tomen y coman, esto es…tomen y beban…”. Cuando el evangelio de Jesús se convierte en una pura “doctrina” o “dogma” pierde su sentido y efectividad. Porque la Buena Nueva de Jesús es mucho más que una doctrina, es sabiduría de vida y una experiencia de Dios encarnada en el creyente y entre quienes compartimos una sola fe.

Por eso, como Iglesia, debemos entender que el “fin” de la eucaristía está más allá de cualquier rito, es decir, el celebrar la misa de forma extraordinaria u ordinaria no le agrega ni le quita la validez del misterio y del gesto de Jesús. Porque lo relevante para Jesús no es únicamente, cómo se vive y participa de la misa, sino cómo la hacemos vida. ¡Qué pasa después! Dice Jesús: ¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos (Mt 15, 7ss). Cavilar, en las palabras de Jesús y en cada eucaristía, nos debe llevar a discernir qué o cuáles son las cosas que nos conducen a una vida más santa y son una ofrenda para Dios: ¿Nos hace más hermanos y más humanos?

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