sábado, 19 de junio de 2021

El Padrenuestro tiene el poder de convertir a las personas. Conoce el testimonio de Tatiana Góricheva.



Descubrimos la hermosa historia de una mujer rusa que se convirtió al catolicismo tras recitar el Padrenuestro

Tatiana Góricheva estaba perdida. Se sentía sola y triste en un mundo que no comprendía. No era la única. Algunos de sus amigos se habían incluso quitado la vida pero ella encontró un precioso salvavidas, la oración. Tatiana había nacido en Leningrado, en 1947, en la Rusia de Stalin. Su vida transcurrió como la de muchos otros jóvenes de su tiempo. Ella misma recordaba años después, cuáles eran los valores que le enseñaron en la escuela: “Solo se fomentaban las cualidades externas y ‘combativas’. Se alababa a quien realizaba mejor un trabajo, al que podía saltar más alto, al que ‘se distinguía’ por algo. Con ello se reforzó aun más mi orgullo […]. Mi meta fue entonces ser más inteligente, más capaz, más fuerza que los demás”.

A Tatiana, esa manera de enfocar el mundo no la satisfizo. “Nadie me dijo nunca – aseguró – que el valor supremo de la vida no está en superar a los otros, en vencerlos, sino en amarlos. Amar hasta la muerte, como únicamente lo hiciera el Hijo del hombre, al que nosotros todavía no conocíamos”.


En aquellos años, Tatiana se centró en sus estudios y terminó la carrera de filosofía. Tenía una vida intensa, asistiendo a clases, acudiendo a conferencias intelectuales y exprimiendo la noche “en compañía de marginados y de gentes de los estratos más bajos, ladrones, alienados y drogadictos. Esa atmósfera sucia me encantaba. Nos emborrachábamos en bodegas y buhardillas”. Pero aquella vida en realidad no la hacía feliz. No estaba quieta ni un momento pero seguía sin encontrar sentido a nada. “Me invadió entonces una melancolía sin límites. Me atormentaban angustias incomprensibles y frías, de las que no lograba desembarazarme. A mis ojos me estaba volviendo loca. Ya ni siquiera tenía ganas de seguir viviendo”.

Cuando todo parecía indicar que Tatiana iba a terminar como muchos de sus amigos, perdiendo toda esperanza en el mundo, encontró un pequeño pero poderoso refugio en el yoga y aprendió a relajarse con los mantras. Una de las propuestas de su libro de yoga era recitar el Padrenuestro. Ella no había rezado nunca esta oración ni ninguna otra. Sus padres la habían bautizado nada más nacer pero más como un ritual que por una fe profunda. Desde entonces, no había recibido ningún tipo de formación religiosa.

Pero el intenso efecto que provocó en ella rezar por primera vez aquella oración fue purificador: “Empecé a repetirla mentalmente como un mantra, de un modo inexpresivo y automático. La dije unas seis veces; entonces de repente me sentí transformada por completo”. Desde entonces, Tatiana nació de nuevo, todo era distinto para ella. “No me resultó difícil entrar en la vida de la Iglesia. En los meses siguientes a mi conversión, viví en un estado tal de euforia, que el mero hecho de oír pronunciar la palabra ‘Dios’ era suficiente para inundarme de dicha”.


El siguiente paso en su conversión fue acercarse a la Iglesia para poder practicar la confesión y la eucaristía con plena conciencia y sintiendo que estos dos sacramentos “nos reconcilian con Dios y hasta nos unen a él”. En aquella Rusia de mediados de los años setenta, en la que aún no se había desmoronado el Telón de Acero, Tatiana descubrió que eran muchos los que habían seguido sus mismos pasos de acercarse a Dios y a los santos, pasando de una existencia basada en el ateísmo y en la confianza en presagios y el destino, a una vida cimentada en la religión. En sus palabras, “el cristianismo los ha liberado”.

Estas personas que siguieron el mismo camino de conversión que Tatiana se unieron a ella y se organizaron para crear un seminario religioso – filosófico. “Ante nosotros acababa de abrirse un mundo nuevo y espléndido que nada tenía en común con ese otro mundo lastimoso, esclavo del materialismo, trivial, pusilánime, donde vivían los hombres que no conocían a Dios, como nosotros mismos poco antes”. La primera reunión tuvo lugar en 1973 en un sótano conocido como el “número 37”.


Desde entonces, y durante años, el seminario congregó a centenares de personas y tuvo que sortear las constantes amenazas del KGB. La propia Tatiana fue detenida en varias ocasiones e interrogada y llegó a perder su empleó como profesora. A pesar de las recomendaciones de sus propios padres, que no entendían la conversión de su hija, y las amenazas reales de terminar, como otros compañeros suyos, en el Gulag, Tatiana se mantuvo siempre firme.

“Hubo amenazas de internarme en una clínica psiquiátrica – recordaba años después – y presiones sobre mis padres”. Para sobrellevar aquellas duras situaciones, se apoyaba en la oración y con una capacidad increíble de autocontrol, “no permitía que se adentrasen en mi conciencia”. Así sobrevivió muchos años hasta que, sobre todo para impedir mayores consecuencias sobre sus aterrados padres, decidió dejar atrás su patria.

Antes, sin embargo, Tatiana dio un nuevo paso en su vida creando en 1979 una asociación femenina conocida como “María”, en honor a la Virgen, pues la gran mayoría de miembros de la nueva organización eran cristianas. “María se apoyaba en una revista, La mujer y Rusia. Allí, muchas mujeres empezaron a encontrar su propia voz, “después de sesenta años de silencio, empezaban las mujeres rusas a hablar de sus problemas”. Sus actividades con la organización “María” también la pusieron en el punto de mira del KGB y ella y algunas de sus compañeras y amigas también fueron detenidas. Al final, se les planteó un ultimátum, si no salían del país serían encarceladas.

A finales de julio de 1980, Tatiana Goricheva dejaba su Rusia natal y se instalaba en Viena. Su llegada provocó mucha curiosidad y durante mucho tiempo fue invitada a dar conferencias “en auditorios gigantescos con acogidas entusiastas y aplausos”. Las feministas de occidente pronto se acercaron a aquella mujer y pronto también se sorprendieron de su profundas creencias cristianas. “Han sido necesarios no pocos esfuerzos para explicar por qué nuestro ‘feminismo’ ruso adquirió en seguida un carácter religioso y por qué la mujer rusa moderna solo en la Iglesia encuentra libertad y consuelo”.

Tatiana tenía veintiséis años cuando el Padrenuestro la salvó de una vida sin rumbo. Desde entonces, ha dedicado su existencia a la filosofía y a la defensa del cristianismo: “He intentado convencer a mis amigas occidentales de que la Iglesia es lo más vivo que existe en el mundo, que es el cuerpo místico de Cristo”. E intenta difundir el poder de la oración: “Solo la oración es capaz de oponerse al parasitismo de la moderna sociedad de consumo”.

Textos extraídos de las obras de Tatiana Góricheva Hablar a Dios resulta peligroso y La fuerza de la locura cristiana.

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